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lunes, 9 de octubre de 2017

Catarsis... ¡Un imperativo de la tragedia!

En los últimos días, hemos estado experimentando una tragedia tras otra.  Hoy más que nunca podemos afirmar con certeza, que estamos comenzando a ver el principio de los dolores profetizado por nuestro Señor y Salvador Jesucristo cuando dijo:  "Ustedes oirán de guerras y de rumores de guerras, pero procuren no alarmarse. Es necesario que eso suceda, pero no será todavía el fin. Se levantará nación contra nación, y reino contra reino. Habrá hambres y terremotos por todas partes.  Todo esto será principio de dolores." (Mateo 24:6-8 NVI) El evangelio de Lucas añade:  "Habrá grandes terremotos, hambre y epidemias por todas partes, cosas espantosas y grandes señales del cielo." (Lucas 21:11 NVI).  Más adelante dice:  "Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán angustiadas y perplejas por el bramido y la agitación del mar. Se desmayarán de terror los hombres, temerosos por lo que va a sucederle al mundo, porque los cuerpos celestes serán sacudidos. Entonces verán al hijo del hombre venir en una nube con poder y gran gloria. Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su redención." (Lucas 21:25-28 NVI) Es cierto que, a través de la historia, muchos han relacionado estas profecías con otros eventos parecidos.  Pero en nuestros días, hemos visto como todo esto ha comenzado a suceder a la vez.  Y qué quiero decir con esto, que Cristo regresa pronto a buscar su Iglesia.  Y tal como les advirtió a sus discípulos, nos advierte:  "Tengan cuidado, no sea que se les endurezca el corazón por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida. De otra manera, aquel día caerá de improvisto sobre ustedes, pues vendrá como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Estén siempre vigilantes, y oren para que puedan escapar de todo lo que está por suceder, y presentarse delante del Hijo del hombre."  (Lucas 21:34-36 NVI)

Habiendo dicho esto, podemos comenzar a trabajar con el término (catarsis).  Según el Diccionario de la Real Academia Española, es el "Efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones; Purificación, liberación o transformación interior suscitada por una experiencia vital profunda, Expulsión espontánea o provocada de sustancias nocivas al organismo."  Cuando experimentamos o presenciamos eventos trágicos, nuestra humanidad es sacudida.  El dolor, la incertidumbre, la impotencia, la desesperación y la desesperanza, golpean fuertemente nuestras mentes y nuestros corazones, como parte de nuestra naturaleza humana.  También es muy natural que la primera pregunta que aparezca en nuestras mentes sea ¿por qué?  Pero, la pregunta que debemos hacernos los que hemos puesto nuestra esperanza en el Todopoderoso, es ¿para qué?  Porque si creemos las expresiones del apóstol Pablo en su carta a los romanos, cuando dijo:  "Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito" (Romanos 8:28 NVI), entonces la pregunta debe ser, ¿cuál es el bien que Dios quiere hacernos?, cuando permite que entremos en las crisis/catarsis.  Sé que para muchos resulta muy difícil entender esta realidad, pues siempre nos han querido vender que, al poner nuestra confianza en Dios, estaremos viviendo en el paraíso, pero lo cierto es que, para llegar al paraíso, primero hay que morir.  La verdad es que Jesús nos dijo:  "Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! yo he vencido al mundo." (Juan 16:33 NVI) Y es que Él también dijo:  "Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo." (Mateo 28:20 NVI). 

Así que, en medio de nuestras crisis, nuestro Señor ha prometido estar presente, pero con mucha frecuencia olvidamos acudir a Él para hallar su oportuno socorro en medio de nuestras catarsis.  Si es difícil entender y manejar las crisis para los que esperamos en Dios, para aquellos que no le han entregado sus vidas al Señor, es insoportable.  La vida me ha enseñado a mirar mis crisis con los espejuelos de la esperanza y la fe, que me permiten mirar el panorama objetivamente, y con expectación sobre lo que Dios quiere lograr en mí mientras entro en un periodo de catarsis.  La mayoría del tiempo no sabremos cuál es el propósito de cada crisis, pero habiendo superado la etapa, siempre puedo dar gracias a Dios por haberme permitido experimentar la crisis, pues me ha mostrado que, en el proceso de catarsis, ha cumplido su propósito en mí, y me ha mostrado Su gloria.  La crisis que está viviendo mi país Puerto Rico, tras el paso del huracán María, me ha pegado muy fuerte, pues amo a mi tierra con todo el corazón.  Y es que la tragedia ocurrió justo después de trasladarme a la ciudad de Boston en los Estados Unidos, para comenzar mis estudios postgraduados.  Cada vez que veo las noticias, fotos y videos en las redes sociales, que evidencian la desgarradora destrucción que ocasionó el huracán, me parten el alma de dolor y no puedo evitar el llanto.  No puedo imaginar el dolor de los que lo perdieron todo, incluyendo sus seres queridos, al igual que nuestros hermanos de Méjico con los terremotos y otras ciudades en Estados Unidos.  Lo que se vive en mi Isla es un caos que nunca imaginamos, una verdadera pesadilla, es como retroceder en el tiempo a los años 30. Pero, así como Puerto Rico logró superar la crisis de aquellos años, sin los recursos y la tecnología que hoy tenemos, lo volveremos a hacer.  Ahora, quiero invitarles a reflexionar en la pregunta, ¿para qué Dios ha permitido que suframos esta crisis?  Desde mi punto de vista, nos encontramos en medio de una catarsis nacional.  Puede que eso suene extraño, pero quiero prestarte mis espejuelos de esperanza y fe. 

Como país, hemos sido bendecidos en gran manera, pero esa bendición se nos subió a la cabeza, y se nos olvidó que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios, y nos hemos creído autosuficientes.  Nuestro gobierno se embriagó de poder y su arrogancia le ha llevado a pensar que Dios no es necesario y han querido marginarlo, popularizando la mal interpretada y célebre frase "debe haber total y absoluta división entre la Iglesia y el Estado.  Pero resulta que nuestra Isla está marcada de manera profética como la Isla del Cordero (Jesucristo).  Así que Dios tiene grandes propósitos con nuestro terruño.  Por nuestras malas decisiones, decidimos sacar a Dios de nuestras vidas y Él ha respetado nuestra decisión, haciéndose a un lado.  Hemos visto cómo todo nuestro esplendor se ha venido abajo, según han pasado los años.  Los servicios básicos que ofrece el gobierno, han venido colapsando por falta de mantenimiento, actualización, y malversación de fondos.  Llevamos años lidiando con el problema de nuestro estatus territorial, y con una crisis económica sin precedente, que ha hecho aumentar el desempleo, la criminalidad, la falta de recursos, etc.  Finalmente, cuando pensábamos que nos encontrábamos en el peor momento de nuestra historia, llegó la verdadera crisis que nos ha provocado entrar en catarsis.  Sí, ha llegado el momento en que, despojados de todo lo que pensamos que nos pertenecía y nos mantenía ocupados, entretenidos y alejados de Dios, ha sido quitado para que de una vez y por todas busquemos y clamemos a Aquél que puede brindarnos el oportuno socorro.  Llegó la hora de despojarnos de nuestra arrogancia, la hora de comenzar a dirigir nuestras vidas hacia lo que verdaderamente importa, la hora de vivir y amar, la hora de dejar las apariencias, la hora de interesarnos y cuidarnos los unos a los otros, la hora de quitarnos los estigmas que nos han querido poner y que ocultan quiénes somos en realidad, la hora de buscar a Dios de todo corazón. 

Dios quiere hacer cumplir su propósito en nosotros, y con mano poderosa, Él quiere mostrarnos su gloria.  Por eso es importante que, en medio de nuestra catarsis, seamos sensibles a la voz de Dios como nos exhorta la Palabra "Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón como sucedió en la rebelión, en aquel día de prueba en el desierto." (Hebreos 3:8 NVI) Si depositamos nuestra plena confianza en Él, disfrutaremos del cumplimiento de sus promesas, Jesús nos enseñó: " Así que no se preocupen diciendo: ¿Qué comeremos? o ¿Qué beberemos? o ¿Con qué nos vestiremos?  Los paganos andan tras todas estas cosas, pero el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.  Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas." (Mateo 6:31-34 NVI) Esta catarsis nos ha llevado a convertirnos en el foco de las noticias internacionales, revelando la raíz de nuestro problema económico, causado por nuestro estatus relacional con los Estados Unidos.  Dios ha querido que el mundo sepa quiénes somos en esencia y nos va a hacer justicia.  Pero es necesario que nos humillemos ante Él, porque así hará brillar su gloria en nosotros y cumplirá su propósito. 


Su Palabra nos confronta de la siguiente manera:  "¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios. ¿O creen que la Escritura dice en vano que Dios ama celosamente al espíritu que hizo morar en nosotros?  Pero él nos da mayor ayuda con su gracia. Por eso dice la Escritura: «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes.» Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes.  Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes. ¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. Humíllense delante del Señor, y él los exaltará." (Santiago 4:4-10 NVI) No puedo evitar pensar en la Palabra profética que Dios puso en la boca del profeta Jeremías, cuando el pueblo de Judá fue llevado cautivo a Babilonia diciendo:  "Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes -afirma el Señor-, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.  Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a suplicarme y yo los escucharé.  Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón.  Me dejaré encontrar -afirma el Señor-, y los haré volver del cautiverio." (Jeremías 29:11-14 NVI) "¡Ánimo Puerto Rico, el Señor nos levantará!

Eduardo Figueroa Aponte

domingo, 16 de abril de 2017

Hoy celebramos uno de nuestros postulados de fe más poderosos, la victoria de nuestro Señor y Salvador Jesucristo sobre la muerte. La resurrección de Jesús garantiza el cumplimiento de sus promesas y es la raíz de nuestra esperanza. Por eso Pablo dijo que somos más que vencedores en (Romanos 8:37 NVI), y añadió que “ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.” Este es un postulado que solemos recitar hasta de memoria, pero, ¿realmente vivimos con la convicción y la certeza en nuestro corazón de estas palabras? Tal vez no. 
Aquellos que entienden bien la implicación de ser más que vencedores en Cristo Jesús, no viven preocupados o atemorizados por las sazones de los tiempos, porque confían plenamente en las promesas del Señor, y no en sus propias fuerzas ni en la obra de sus propias manos. Son capaces de derrotar todo temor y no se cohíben de hacer aquello para lo que han sido llamados, esto aparte de “La gran comisión”, porque saben que la gracia de Dios hará que su poder se perfeccione en sus debilidades (2 Corintios 1:9 NVI). Mientras reflexionaba en todo esto, el Espíritu me llevó a observar los acontecimientos que trascendieron la Resurrección.
En (Juan 21:15), el Resucitado se le apareció por tercera vez a sus discípulos. Allí el apóstol Pedro fue confrontado con una pregunta, justo antes de ser llamado al ministerio: ¿Me amas? La pregunta reiterada de Jesús y las respuestas de Pedro, fueron el escenario que el Resucitado utilizó para cualificar la verdadera demostración de nuestro amor a Dios, la obediencia a su voluntad. Así quedó registrado en (1 Juan 5:3-4 NVI) donde dice: “En esto consiste el amor a Dios: en que obedezcamos sus mandamientos. Y estos no son difíciles de cumplir,  porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.”
Por eso, cuando vencemos al mundo, a semejanza de Jesús, demostramos nuestro amor a Dios, porque hemos obedecido y damos testimonio de nuestra fe. Pedro dejó sus redes allí para seguir a Jesús, aceptando su llamado a ser pescador de hombres y a apacentar a sus corderos y ovejas, sabiendo que ese llamado le costaría la vida. Pero así demostró que su amor a Dios era verdadero. ¿Estamos conscientes de que demostrar nuestro amor por Jesús en este tiempo nos puede costar hasta la vida? A Pedro le costó la suya, y debemos estar dispuestos a que nos cueste la nuestra.
No obstante, el Resucitado nos está invitando a que ofrendemos nuestra vida en sacrificio vivo, como quedó registrado en el evangelio de Mateo al decir: “Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz (sacrificio) y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; (vivir la vida como nos gusta y nos conviene es un desperdicio) pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará (vivir conforme a la voluntad “agradable y perfecta” de Dios es nuestro ensayo para entrar a la vida eterna).  ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida?” (Mateo 16:24).
Se pierde la vida cuando no buscamos vivirla conforme al propósito de Dios. Debemos estar dispuestos a abandonarlo todo para que Él haga su voluntad en nosotros y se cumplan sus propósitos; sabiendo que ya somos más que vencedores y seremos resucitados y transformados a semejanza del Señor, que es nuestra esperanza. En su carta a los Efesios, Pablo dijo: “Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos. Por tanto, no sean insensatos sino entiendan cuál es la voluntad del Señor.” (Efesios 5:15:-17).
Todos hemos recibido al menos un don (regalo de Dios, no nuestro) (1 Corintios 7:7 NVI), y es nuestra responsabilidad descubrirlo y cultivarlo, y que su fruto redunde en la edificación de la iglesia y para la gloria de Dios. Sin embargo, algunos dones están implicados en llamados de Dios que cuestan, y Dios se encarga de que sus portadores así lo entiendan. Por eso, muchos tienden a relegar sus llamados, y a ocultar sus dones, despreciando el depósito que Dios puso en ellos, huyendo de las dificultades y el sufrimiento que estos pueden causar, aunque este sufrimiento sea la herramienta más poderosa de Dios para perfeccionarnos. Eso fue lo que afirmó el autor de Hebreos al decir: “Aunque era hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y consumada su perfección llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen…” (Hebreos 5:8-9 NVI).
Así que encontrarnos con el Resucitado y decidir seguirle tiene sus implicaciones. Nos costará renunciar a nuestra voluntad, costará obediencia para hacer lo que Dios nos ha dicho, aunque los demás no lo entiendan y recibamos rechazos y hasta penalidades; eso también costará soledad; costará esperar con paciencia sabiendo que Dios obra para bien y hará como Él quiere, no necesariamente como esperamos, porque sus propósitos son más altos que los nuestros; y muchas cosas más que sólo llegan a aceptarse, entenderse y superarse cuando caminamos en fe, sabiendo que veremos su gloria. “¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios? (Juan 11:40 NVI).
Unámonos a los motivos de oración que el apóstol Pablo presentó por los colosenses, pero en primera persona plural: “Pidamos que Dios nos haga conocer plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual, para que vivamos de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseveraremos con paciencia en toda situación, dando gracias con alegría al Padre.” (Colosenses 1:9-12).
  • Oremos para que el Espíritu Santo imprima sobre toda su Iglesia la convicción y la certeza de que ya somos más que vencedores por Cristo en el amor de Dios. Que su perfecto amor eche fuera todo temor provocado por las dificultades de estos tiempos, para que podamos gozarnos sirviendo a los propósitos de Dios.
  • Oremos para que podamos descubrir todos los dones que Dios ha depositado en nosotros, y que su Espíritu nos llene de unción, confianza y denuedo para usarlos en la edificación de la Iglesia, mientras somos transformados en el poder de Dios, que se perfecciona en nuestras debilidades, y que Dios reciba toda la gloria.
  • Oremos por corazones humillados y capaces de renunciar a voluntades, aspiraciones, sueños y anhelos, para aceptar con humildad los llamados de Dios, para hacer su voluntad y demostrarle nuestro amor cueste lo que cueste.
  • Oremos para que Dios transforme nuestra percepción del sufrimiento, y aprendamos a disfrutar los procesos que Él usa para perfeccionarnos.
  • Oremos por aquellos que han aceptado sus llamados y han renunciado a todo en obediencia al Señor, los misioneros. Que el favor de Dios sobre abunde sobre todos ellos en sabiduría y discernimiento, para que sean efectivos en medio de la crisis humanitaria que azota a tantos países en este tiempo. Que todos los que sufren y sobreviven la crisis puedan ser alcanzados por el consuelo, la esperanza y la paz del evangelio de Jesús. Que todo cristiano pueda brillar como luz del mundo y sazonar como sal de la tierra. Que Dios abra puertas, y provea los recursos necesarios para que el evangelio sea proclamado en todo el mundo.
  • Oremos para que Dios nos haga sensibles la necesidad (espiritual, material, física, etc.), no sólo de personas ajenas a nuestro entorno, sino comenzando por nuestras familias y nuestra comunidad de fe. Que podamos ser compasivos y empáticos en sus necesidades, y ayudarles conforme a nuestros recursos.
  • Oremos por comunión, que podamos compartir como una gran familia, que Dios deshaga todo espíritu de segregación, y compartamos en el verdadero amor de Cristo. Que seamos inclusivos con todos los que Dios añada a su Iglesia día a día, y desarrollen sentido de pertenencia como parte de la gran familia de la fe, para que crezcan y se desarrollen al máximo y produzcan frutos de justicia para agradar a Dios.
Eduardo Figueroa Aponte

jueves, 12 de enero de 2017

Religiosidad = Ceguera Espiritual

Muchos consideran que la Carta a los Romanos es el Evangelio de Dios. Ciertamente, su composición recoge la profundidad del pensamiento teológico del apóstol Pablo, a la luz de sus convicciones sobre la Escritura y el cumplimiento de las promesas de Dios en Cristo Jesús. En ella, encontramos una disertación reiterada sobre la lucha que Pablo ha venido arrastrando, en contra de la práctica de los preceptos de la Ley de Moisés. Esto, como parte de la insistencia de judíos inconversos y algunos ya convertidos, que insisten en conservar sus tradiciones religiosas, en medio de una abrumadora expansión de la Iglesia cristiana alrededor del mundo. La discusión que nos ocupará en esta reflexión, está estrechamente relacionada con la lucha antes mencionada. El apóstol Pablo tuvo que luchar constantemente contra los judaizantes, y como él, los cristianos de todos los siglos hasta hoy tenemos que librar esa lucha.
Hoy día no basta con dedicarnos al estudio de la Palabra de Dios para predicar el evangelio, pues es necesario que nos instruyamos también en lo que plantean las religiones que proliferan a nuestro alrededor, para poder contrastarlas con el mensaje del evangelio y fortalecernos en la defensa de nuestra fe. El judaísmo sigue siendo una realidad en medio nuestro, pero mayormente promovido por “judeocristianos” que al igual que en los tiempos de Pablo, en nuestros días pretenden conservar y fomentar sus tradiciones religiosas, imponiéndoselas a los cristianos que de alguna manera llegan a ellos. Por eso analizaremos el capítulo 10, versículos 1 al 13, de la carta a los Romanos, donde Pablo discute y contrasta la justificación y la salvación por la fe y no por las obras que demanda la Ley.  Trabajaremos de forma detallada y profunda cada uno de los versículos de la porción escritural seleccionada, para luego llegar a conclusiones y contextualizarlas a nuestra realidad.
Por siglos, la carta a los Romanos ha causado revuelo en el pensamiento teológico de los creyentes, y ha tenido un rol protagónico en los postulados de fe de los más grandes pensadores del cristianismo. Llama a nuestra atención el capítulo 10, que en sus primeros 13 versículos, encontramos los postulados de la justificación por la fe, inspirados en el apóstol Pablo por su continua lucha con los judaizantes y las obras de la Ley. Es menester de la iglesia considerar estos planteamientos detenidamente, pues tal parece que en este tiempo, también tendremos que luchar con tal amenaza y por eso elegimos esta porción bíblica. Estaremos haciendo referencia al la Nueva Versión Internacional (1999) de la Biblia, versión que no contiene las más recientes (y controvertidas) modificaciones de esta traducción.   
El primer versículo del capítulo 10 de la carta a los Romanos comienza diciendo: “1 Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por los Israelitas, es que lleguen a ser salvos”. Es evidente que estas primeras palabras están dirigidas a los gentiles. A pesar de la lucha que a tenido que librar en contra de los judaizantes, y a favor del cristianismo, el apóstol Pablo expresa su pesar por aquellos que son sus hermanos y no recibieron a Jesús como Mesías. Sus palabras sientan las pautas de cuál debe ser nuestra responsabilidad para con ellos, de quienes nació nuestro Señor y Salvador. Su lucha es contra sus creencias, no contra ellos, porque son sus hermanos. Como está en juego la salvación de su pueblo, esto le afecta muy profundamente e intercede por ellos (Kuss, 1976, p. 133). Me parece interesante el planteamiento de Barclay (1999), que aunque es cónsono con el de Kuss, añade una perspectiva de cómo los judíos pueden recibir este mensaje, diciendo: "Pablo ha estado diciendo algunas cosas muy duras de los judíos; cosas que a ellos les resultaría desagradable oír, y más aún reconocer. Todo el pasaje de Romanos 9 al 11 es una condenación de la actitud religiosa de los judíos. Sin embargo, desde el principio hasta el fin no hay ira, sino anhelo y ansiedad cordiales. Lo que Pablo desea por encima de todo es que los judíos se salven." (Barclay, 1999, p. 63).
En el versículo 2, Pablo continúa diciendo: “2 Puedo declarar a favor de ellos que muestran celo por Dios, pero su celo no se basa en el conocimiento”. Los judíos creían fielmente en las estipulaciones de la Ley de Moisés, y creían que la salvación sólo era posible haciendo lo que Ella demandaba. Y hasta cierto punto tenían razón. El problema radica en que ellos nunca desarrollaron una relación afectiva con Dios, ni entendieron que la Ley era sólo una representación de la verdadera salvación que llegaría a consumarse en el Mesías prometido. Pero como Jesús no se manifestó según lo que ellos esperaban que fuera su salvador, entonces no lo aceptaron. El concepto de un salvador en la cosmovisión de ellos, no armonizaba con el Salvador profetizado en las Escrituras. Ellos esperaban un salvador como el rey David, que los librara del yugo de Roma y restableciera el reino de Israel. Que de hecho, la Escritura establece que ese salvador vendría de su simiente (Jeremías 23:5-6), y así fue, pero el reino que venía a establecer era el reino de Dios, no el de los hombres. En esto está de acuerdo Pérez (2011) al señalar lo siguiente:
"Los judíos eran celosos de las cosas de Dios y más concretamente de las formas legales, porque no tenían un conocimiento pleno de lo que Él demandaba. Era un celo ciego, mal orientado, envuelto en fanatismo religioso. Para ellos el camino de salvación que Dios había establecido no era suficiente (Miqueas 6:8). Habían cambiado el plan de Dios por su sistema religioso (Isaías 29:13). Su mayor problema consistía en la abierta oposición, incluso lucha, contra el Salvador (Hechos 26:9–11). Una situación semejante se produce en todos los que desean honrar la doctrina, pero ignoran al Dios de la doctrina. Hay muchos creyentes que son celosos de su denominación, de su historia, de sus tradiciones, de su forma de entender la santidad, pero ignoran absolutamente el amor y la comunión, que son demandas esenciales y mandatos concretos establecidos por Dios (Juan 13:35; Efesios 4:3). Celosos del sistema, viven cargados con preceptos y cargan con ellos a quienes Dios ha hecho libres. Son los que cuelan el mosquito y dejan pasar el camello (Mateo 23:24). Esta es una de las formas habituales de conducta en el legalista. Miran con minuciosidad el literalismo de la Palabra, pero desconocen la realidad espiritual de la misma. Están interesados en asuntos externos de poca o ninguna importancia. Hacen énfasis en el modo de vestir, conforme a lo que ellos entienden que la Biblia demanda, en el modo de expansión lícita, en los lugares a donde se debe o no asistir, al modo de llevar a cabo el culto, a los cánticos que se deben cantar en la congregación y, en fin, a todo cuanto no tiene verdadera importancia delante de Dios, pero que da un aspecto piadoso al que lo practica, mientras abandonan la parte más importante de la vida cristiana que es el amor a los hermanos. Mantienen tozudamente las tradiciones heredadas de los antiguos, pero no avanzan en el camino de la comunión. Son capaces de revolver cielo y tierra para hacer las cosas como siempre se hicieron, pero incapaces de guardar con solicitud la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:3)." (Pérez, 2011, p. 661). En otras palabras, la ceguera de los judíos es a causa de su celo (fanatismo religioso), porque en realidad nunca entendieron que la demanda de Dios era la comunión en amor.
Todo esto se ratifica en el versículo 3 donde dice: “3 No conociendo la justicia que proviene de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios”. Esta expresión confirma el hecho de que los judíos no entendían a Dios porque no tenían comunión con Él. Ellos nunca entendieron que Dios les escogió para darse a conocer al mundo, pero al igual que otros pueblos, creían tener un Dios exclusivamente para ellos. Se adueñaron de Dios e idealizaron la “manera correcta” de buscarle y serle fiel, y creían que sus obras los hacían merecedores de su favor. Nunca aceptaron otra manera de acercarse a Dios, y como Jesús retó todo su sistema religioso, no podían ver en Él la justicia de Dios. Wenham, Motyer, Carson y France (2003) nos arrojan un poco más de luz al respecto cuando exponen lo siguiente:
"En Romanos 10:1-4 Pablo explica con mayor detalle este “tropiezo” de los judíos en Jesús. Después de reafirmar su profundo anhelo por la salvación de sus hermanos y hermanas judíos (ver Romanos 9:1-3), Pablo destaca la falla de los judíos en no tener un conocimiento de los caminos y los propósitos de Dios que sea comparable a su indiscutible celo. Utilizando la imagen de la carrera vista en Romanos 9:30-33, Israel corría afanosamente, pero no se dirigía hacia la verdadera línea de llegada de la carrera. Esa línea de llegada es la justicia de Dios, y como en Romanos 1:17 y en 3:21-22, se refiere a la acción de Dios de colocar a las personas en una relación correcta con Él. Concentrados en la persecución de su propia justicia, la justicia que viene por obras (Romanos 9:32) y por la ley (Romanos 10:5), los judíos no se han sometido a, ni han querido aceptar en fe, la manera en que Dios relaciona a las personas con Él. La preocupación de los judíos por la ley es, una vez más, el problema subyacente, como lo implica Pablo en el v. 4; porque no han llegado a comprender que Cristo es en sí mismo la “culminación” de la Ley." (Wenham, Motyer, Carson, & France, 2003, p. 555)
El versículo 4, como bien menciona el comentarista, trabaja con el aspecto del cumplimiento de la ley en Cristo cuando dice: “4 De hecho, Cristo es el fin de la Ley, para que todo el que cree reciba la justicia”. Aquí el apóstol Pablo establece que la única finalidad de la Ley, era conducir a Israel a Cristo, la manifestación excelsa de la justicia de Dios, adjudicada por fe, y no por obras. “El fin de la Ley, puede significar la “meta” o “climax” al cual apunta la Ley” (Keener, 2003, p. 443).  Kuss (1976) nos lo explica detalladamente al decir: "El camino de los judíos con la Ley podía parecer legítimo; pero ahora ha quedado patente que la fe es el fundamento exclusivo de la salvación. El hombre no puede hacer nada decisivo por sí solo; debe someterse a la acción de Dios, si es que quiere alcanzar su salvación. Cristo y solo Cristo, ése es el auténtico contenido de la predicación del apóstol. Ello incluye un supremo esfuerzo del hombre, aunque tal esfuerzo no pueda fundamentar la menor pretensión." (Kuss, 1976, p. 133)
En el versículo 5, Pablo cita a Moisés para dar énfasis al contraste de la justicia que viene por la fe, y las obras de Ley al decir: “5 Así describe Moisés la justicia que se basa en la ley: «Quien practique estas cosas vivirá por ellas.»”. Es decir, según la Ley de Moisés, para ser considerado justo delante de Dios y conservar la vida, hay que ser obediente a sus mandamientos. Pero cuando decidimos recibir a Jesús como Salvador, creyendo que por su sangre Dios nos considera justos, recibimos por gracia el don de la vida, que nos motiva a vivir sometidos a su voluntad. Barclay (1999) no pudo haberlo explicado mejor, al decir: "Los judíos estaban convencidos de que adquirían crédito con Dios mediante la obediencia a la Ley. Lo que mejor revela la actitud judía son las tres clases en que dividían la humanidad: Había personas que eran buenas, cuyo balance era positivo; había otros que eran malos, cuya vida arrojaba un balance de deuda, y había quienes estaban en medio, que serían buenos si hicieran una buena obra más. Todo era cuestión de ley y mérito. A esto contesta Pablo: «Cristo es el final de la Ley», lo que quiere decir que es el final del legalismo. La relación entre Dios y el hombre ya no es la que existe entre un acreedor y un deudor, entre un asalariado y un patrono o entre un juez y un acusado. Gracias a Jesucristo, el hombre ya no está en la posición de tener que satisfacer la justicia divina; sólo tiene que aceptar Su amor. Ya no tiene que merecer el favor de Dios, sino solamente tomar la Gracia y el amor y la misericordia que Dios le ofrece gratuitamente. Para demostrar su argumento Pablo cita dos pasajes del Antiguo Testamento. En primer lugar, Levítico 18:5, donde se dice que el que obedezca meticulosamente los mandamientos de Dios encontrará la vida. Es verdad, pero nadie ha podido." (Barclay, 1999, p. 64)
En los versículos 6 y 7, Pablo explica el contraste de la Ley al decir: “6 Pero la justicia que se basa en la fe afirma: «No digas en tu corazón: “¿Quién subirá al cielo?” (es decir, para hacer bajar a Cristo), 7 o “¿Quién bajará al abismo?”» (es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos).” En otras palabras, el creyente debe aceptar por fe lo que Dios ha hecho, confiando y esperando en sus promesas. Cualquier otra cosa que intentemos hacer, fuera de lo que Dios ha dicho, es en vano. El planteamiento de Barclay sobre el versículo 5 continúa hacia los versículos 6 y 7, explicando la afirmación de Pablo, y dice: "Luego cita Deuteronomio 30:12s. Dice Moisés que la Ley de Dios no es inasequible o imposible: está en la boca, en la mente y en el corazón del hombre. Pablo toma ese pasaje en sentido alegórico. No fue nuestro esfuerzo el que trajo al mundo a Cristo o Le resucitó. No es nuestro esfuerzo lo que nos reconcilia con Dios. Dios lo ha hecho por nosotros, y no tenemos más que aceptarlo y recibirlo." (Barclay, 1999, p. 64). Analizando este mismo pasaje, Stanley (2003) nos ofrece otra manera de explicarlo, al afirmar que “Cristo no necesita ahora descender del cielo para morir en la cruz. Él ya ha venido y muerto por nuestros pecados. Él no necesita ser resucitado de los muertos; ha sido resucitado ya. Todo está hecho: está consumado.” (Stanley, 2003, p. 98).
El planteamiento de Pablo continúa en los versículos 8 y 9 al decir: “8 ¿Qué afirma entonces? «La Palabra está cerca de ti; la tienes en la boca y en el corazón.» Esta es la palabra que predicamos: 9 que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.” Aquí, luego de reprochar los cuestionamientos legalistas e incrédulos, Pablo descifra la ilustración que hizo al citar el pasaje de Deuteronomio 30, ya en el versículo 14, donde hace constar que en Jesucristo se cumple ese precepto por la fe en Él, que es la Palabra de Dios encarnada. Carballosa (1994) enfatiza el aspecto de la fe al decir: "La expresión “creyeres en tu corazón” ser refiere a una fe genuina, no sólo a una comprensión intelectual sino a una aceptación plena. La resurrección de Cristo de los muertos es un acontecimiento histórico y fundamental para la salvación. La resurrección de Cristo habla de su santidad absoluta y del carácter perfecto de su obra salvadora. Porque Él vive, es capaz de dar vida a quien cree en Él. “Serás salvo”. La referencia es, sin duda, a la salvación espiritual. Obsérvese además que la salvación es algo personal: el individuo tiene que confesar que Jesús es Dios y creer que Él vive para salvar. Quien hace eso de manera personal, recibe personalmente el regalo de la salvación."(Carballosa, 1994, p. 211)
El versículo 10 es extensivo a la discusión que venimos desarrollando, pero básicamente es la tesis de la discusión, resumida de la siguiente forma: “10 Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.” Creer con el corazón, es una fe apasionada y de gran convicción de lo que Dios ha dicho, que no admite cuestionamientos, y te provoca confesarlo. En su análisis del griego, Pérez (2011) hace una explicación más exhaustiva del versículo, y nos ilustra de la siguiente manera: "Una doble cláusula conclusiva sustenta la oración. Por un lado está la fe ejercida con el corazón. De nuevo se enfatiza una fe de entrega y no de intelecto. El creer mentalmente que Jesús es el Señor y en su resurrección, no salva a nadie. Los mismos demonios creen eso pero no se salvan (Santiago 2:19). El apóstol afirma que “con el corazón se cree para justicia”, esto es, se cree para justicia porque mediante la fe que se entrega a la obra del Crucificado, recibe la justicia de Dios por la que como pecador es justificado, abandonando toda obra humana. Con el corazón se expresa aquí la contingencia de todo ser humano en materia de salvación. Expresa el carácter existencial del hombre que, con toda decisión depone lo que es, ser-ahí y ser-así, para aceptar el ser-ahí y ser-así de Dios. De otro modo, depone su yo, para aceptar como yo el Tú de Dios, que es Cristo. Al hacerlo así, alcanza la justicia de Dios en ese acto de fe que es entrega personal. La boca expresa el testimonio de haber sido salvo. Fe y confesión van siempre juntas (Lucas 12:8). La confesión de fe es testimonio natural de quien ha creído (1 Timoteo 6:12). El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, manifiesta la realidad del asentamiento de Dios en su corazón (1 Juan 4:15)." (Pérez, 2011, p. 675)
El versículo 11 es la base escritural que Pablo usa para validar el aspecto de la salvación por fe, como una promesa de Dios basada en Isaías 28:16, que dice: “11 Así dice la Escritura: «Todo el que confíe en Él no será jamás defraudado.»” El apóstol contextualiza la cita de Isaías con el propósito de Dios de salvar al mundo, no sólo a los judíos, sino también a los gentiles (Brown, 2002, p. 741).
En los versículos 12 y 13, Pablo enfatiza el hecho de que la salvación está disponible para todo el que busque a Dios y dice: “12 No hay diferencia entre judíos y gentiles, pues el mismo Señor es Señor de todos y bendice abundantemente a cuantos lo invocan, 13 porque «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.» Aquí el apóstol cita a Joel 2:23 para justificar la salvación de los gentiles (Wenham, Motyer, Carson, & France, 2003, p. 557). Con el fin de finalizar nuestro análisis de la porción de la Escritura que nos ocupa, comparto las expresiones de Barclay (1999) que resume muy bien lo que hemos tratado de explicar en estos últimos versículos, y dice así: "A un judío le resultaría difícil creer que el acceso a Dios no era por medio de la Ley; este camino de la confianza y la aceptación era algo revolucionario e increíblemente nuevo para él. Además, le resultaría sumamente difícil creer que el acceso a Dios estaba abierto a todo el mundo. Le parecía que los gentiles no podían estar en la misma posición que los judíos. Así es que Pablo concluye su argumento citando dos pasajes del Antiguo Testamento como última demostración. Cita en primer lugar Isaías 28:16: «Nadie que crea en Él será defraudado.» No se dice nada de la Ley; todo se basa en la fe. Y en segundo lugar cita Joel 2:32; «Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará.» No hay limitación aquí; la promesa es para todos; por tanto no hay diferencia entre judíos y gentiles. En esencia, este pasaje es una apelación a los judíos para que abandonen el camino del legalismo y acepten el de la Gracia. Es una apelación para que reconozcan que su celo está descarriado, y para que presten atención a los profetas que declararon hace mucho tiempo que la fe es el único camino de acceso a Dios, y que está abierto a todo el mundo." (Barclay, 1999, p. 65)
Hemos visto cómo el apóstol Pablo, de forma magistral, defiende los postulados teológicos de la fe cristiana, sin contender ni condenar peyorativamente a aquellos que están equivocados. Él identificó las debilidades de la religión judía y las usó de trampolín para enaltecer las virtudes y las fortalezas de la fe cristiana. Empleando el modelo del amor de Cristo, hace señalamientos que están fundamentados en el amor y la misericordia que caracteriza a aquellos que han sido transformados por el poder del amor de Dios. Sus expresiones no nacen de efímeros sentimientos racionales, sino del conocimiento de las Escrituras y de una experiencia de transformación integral de su carácter, al rendir su voluntad y decidir vivir como esclavo que trabaja para hacer cumplir el propósito de Dios. Es por eso que puede confrontar con autoridad a aquellos que insisten en trastornar los fundamentos de la fe cristiana, con planteamientos que no tienen una base bíblica que los sostenga, porque están basados en religiosidad.
La confrontación de Pablo es didáctica y exhaustiva, con el propósito de hacerse entender sin dejar lugar a dudas. Si hay alguien de entre los judíos que puede interpretar bien las Sagradas Escrituras, es Pablo, fariseo de pura sepa. Siendo judío, ha concluido de forma meridiana que los judíos andan perdidos en el espacio, puesto que embebidos en su religiosidad, nunca se dieron a la tarea de escudriñar las escrituras y entender los propósitos de Dios. Sólo estaban preocupados por cumplir con lo que habían aprendido, con el fin de disfrutar los beneficios de sus sacrificios. Ellos nunca entendieron ni aceptaron a su Mesías, quien vino para hacerles libres de la Ley, y cumplió todo lo que se había profetizado de Él. Sus costumbres y tradiciones eran más importantes que lo que Dios había dicho y esperaba de ellos. Por eso el apóstol reiteradamente citó porciones de sus escrituras sagradas, en su ejercicio de hacerles entender que el cumplimiento de todo lo que demandaba las obras de la Ley se cumplieron en Cristo, y ya no había que hacer nada más que recibirle y confesarle. Para nosotros los cristianos, debe quedar totalmente claro que el único camino a la salvación es Cristo Jesús.
La Iglesia Cristiana contemporánea tiene mucho que aprender del apóstol Pablo como modelo de Cristo. Al igual que los judíos, nos hemos adueñado de Dios y de la Iglesia. Hemos abandonado la Palabra de Dios para aferrarnos a nuestras costumbres y tradiciones, que en muchos casos son utilizadas para atormentar, señalar, condenar, criticar, alejar y señorear sobre los demás. Es más importante lo que proyectamos ante los demás que lo que realmente somos. Nos hemos convertido en fariseos hipócritas sin amor ni misericordia, afanados en la obra de Dios, sin contar con el Dios de la obra. Es hora de volver a Cristo, desechar los odres viejos para que Dios pueda insertar el vino nuevo que ha separado para este tiempo. Algunas de nuestras tradiciones actúan como piedra de tropiezo al cumplimiento del propósito de Dios.
Estamos empecinados con tal arrogancia en limitar a Dios y obligarlo a que se manifieste como nosotros queremos o entendemos que debe hacerlo, y si vemos que las cosas no ocurren tal cual, entonces lo ocurrido no es de Dios. Después no entendemos por qué las iglesias se vacían. Es que como queremos hacer todo a nuestra manera, pues Dios decide dejarnos hasta que nos demos cuenta que estamos solos, por las consecuencias de nuestras malas decisiones. Sólo así decidimos humillarnos y buscar su rostro. Esas consecuencias nos deben llevar al arrepentimiento y a la sumisión a su voluntad, para que podamos ser levantados de nuestra caída, abandonando todo lastre de religiosidad y convertirnos en adoradores que le busquen en espíritu y en verdad y decidamos ser esclavos como Pablo. Es hora de ponernos las pilas, enderezarnos y capacitarnos para que podamos ser instrumentos útiles en las manos de Dios.
Como en tiempos de Pablo, nuestro mayor reto será continuar ganando terreno con el evangelio de Cristo. Pero hoy más que nunca debemos estar listos para defender lo que creemos, no sólo con el conocimiento que podemos adquirir, sino con el testimonio que predicamos con nuestras acciones más que con palabras (los frutos del Espíritu). Es imposible que podamos convencer a la gente, ese trabajo lo hace el Espíritu Santo de Dios, en aquellos que deciden ser espejos limpios en los que la luz de Cristo pueda brillar sin obstáculos, sin manchas. Esto sólo se logra cuando hemos decidido negarnos a nosotros mismos y rendimos nuestra voluntad a Dios, muestra de que le amamos y creemos en sus promesas, y así dar testimonio de Cristo, por quien recibimos la adjudicación de justicia y la salvación. A semejanza de Pablo, como Iglesia, debemos cuidar de aquellos que Dios va añadiendo a su redil. Que confiesen a Jesús como su Salvador, es sólo el principio de la jornada. Nosotros debemos mostrarles el camino y ayudarlos a caminar para que crezcan y maduren en Dios, hasta que ellos también estén preparados para ayudar a otros. Pero todo esto es en vano sin la verdadera fe, aquella que nace del corazón.
Eduardo Figueroa Aponte