Muchos consideran que la Carta a los Romanos es el Evangelio de Dios. Ciertamente, su composición recoge la profundidad del pensamiento teológico del apóstol Pablo, a la luz de sus convicciones sobre la Escritura y el cumplimiento de las promesas de Dios en Cristo Jesús. En ella, encontramos una disertación reiterada sobre la lucha que Pablo ha venido arrastrando, en contra de la práctica de los preceptos de la Ley de Moisés. Esto, como parte de la insistencia de judíos inconversos y algunos ya convertidos, que insisten en conservar sus tradiciones religiosas, en medio de una abrumadora expansión de la Iglesia cristiana alrededor del mundo. La discusión que nos ocupará en esta reflexión, está estrechamente relacionada con la lucha antes mencionada. El apóstol Pablo tuvo que luchar constantemente contra los judaizantes, y como él, los cristianos de todos los siglos hasta hoy tenemos que librar esa lucha.
Hoy día no basta con dedicarnos al estudio de la Palabra de Dios para predicar el evangelio, pues es necesario que nos instruyamos también en lo que plantean las religiones que proliferan a nuestro alrededor, para poder contrastarlas con el mensaje del evangelio y fortalecernos en la defensa de nuestra fe. El judaísmo sigue siendo una realidad en medio nuestro, pero mayormente promovido por “judeocristianos” que al igual que en los tiempos de Pablo, en nuestros días pretenden conservar y fomentar sus tradiciones religiosas, imponiéndoselas a los cristianos que de alguna manera llegan a ellos. Por eso analizaremos el capítulo 10, versículos 1 al 13, de la carta a los Romanos, donde Pablo discute y contrasta la justificación y la salvación por la fe y no por las obras que demanda la Ley. Trabajaremos de forma detallada y profunda cada uno de los versículos de la porción escritural seleccionada, para luego llegar a conclusiones y contextualizarlas a nuestra realidad.
Por siglos, la carta a los Romanos ha causado revuelo en el pensamiento teológico de los creyentes, y ha tenido un rol protagónico en los postulados de fe de los más grandes pensadores del cristianismo. Llama a nuestra atención el capítulo 10, que en sus primeros 13 versículos, encontramos los postulados de la justificación por la fe, inspirados en el apóstol Pablo por su continua lucha con los judaizantes y las obras de la Ley. Es menester de la iglesia considerar estos planteamientos detenidamente, pues tal parece que en este tiempo, también tendremos que luchar con tal amenaza y por eso elegimos esta porción bíblica. Estaremos haciendo referencia al la Nueva Versión Internacional (1999) de la Biblia, versión que no contiene las más recientes (y controvertidas) modificaciones de esta traducción.
El primer versículo del capítulo 10 de la carta a los Romanos comienza diciendo: “1 Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por los Israelitas, es que lleguen a ser salvos”. Es evidente que estas primeras palabras están dirigidas a los gentiles. A pesar de la lucha que a tenido que librar en contra de los judaizantes, y a favor del cristianismo, el apóstol Pablo expresa su pesar por aquellos que son sus hermanos y no recibieron a Jesús como Mesías. Sus palabras sientan las pautas de cuál debe ser nuestra responsabilidad para con ellos, de quienes nació nuestro Señor y Salvador. Su lucha es contra sus creencias, no contra ellos, porque son sus hermanos. Como está en juego la salvación de su pueblo, esto le afecta muy profundamente e intercede por ellos (Kuss, 1976, p. 133). Me parece interesante el planteamiento de Barclay (1999), que aunque es cónsono con el de Kuss, añade una perspectiva de cómo los judíos pueden recibir este mensaje, diciendo: "Pablo ha estado diciendo algunas cosas muy duras de los judíos; cosas que a ellos les resultaría desagradable oír, y más aún reconocer. Todo el pasaje de Romanos 9 al 11 es una condenación de la actitud religiosa de los judíos. Sin embargo, desde el principio hasta el fin no hay ira, sino anhelo y ansiedad cordiales. Lo que Pablo desea por encima de todo es que los judíos se salven." (Barclay, 1999, p. 63).
En el versículo 2, Pablo continúa diciendo: “2 Puedo declarar a favor de ellos que muestran celo por Dios, pero su celo no se basa en el conocimiento”. Los judíos creían fielmente en las estipulaciones de la Ley de Moisés, y creían que la salvación sólo era posible haciendo lo que Ella demandaba. Y hasta cierto punto tenían razón. El problema radica en que ellos nunca desarrollaron una relación afectiva con Dios, ni entendieron que la Ley era sólo una representación de la verdadera salvación que llegaría a consumarse en el Mesías prometido. Pero como Jesús no se manifestó según lo que ellos esperaban que fuera su salvador, entonces no lo aceptaron. El concepto de un salvador en la cosmovisión de ellos, no armonizaba con el Salvador profetizado en las Escrituras. Ellos esperaban un salvador como el rey David, que los librara del yugo de Roma y restableciera el reino de Israel. Que de hecho, la Escritura establece que ese salvador vendría de su simiente (Jeremías 23:5-6), y así fue, pero el reino que venía a establecer era el reino de Dios, no el de los hombres. En esto está de acuerdo Pérez (2011) al señalar lo siguiente:
"Los judíos eran celosos de las cosas de Dios y más concretamente de las formas legales, porque no tenían un conocimiento pleno de lo que Él demandaba. Era un celo ciego, mal orientado, envuelto en fanatismo religioso. Para ellos el camino de salvación que Dios había establecido no era suficiente (Miqueas 6:8). Habían cambiado el plan de Dios por su sistema religioso (Isaías 29:13). Su mayor problema consistía en la abierta oposición, incluso lucha, contra el Salvador (Hechos 26:9–11). Una situación semejante se produce en todos los que desean honrar la doctrina, pero ignoran al Dios de la doctrina. Hay muchos creyentes que son celosos de su denominación, de su historia, de sus tradiciones, de su forma de entender la santidad, pero ignoran absolutamente el amor y la comunión, que son demandas esenciales y mandatos concretos establecidos por Dios (Juan 13:35; Efesios 4:3). Celosos del sistema, viven cargados con preceptos y cargan con ellos a quienes Dios ha hecho libres. Son los que cuelan el mosquito y dejan pasar el camello (Mateo 23:24). Esta es una de las formas habituales de conducta en el legalista. Miran con minuciosidad el literalismo de la Palabra, pero desconocen la realidad espiritual de la misma. Están interesados en asuntos externos de poca o ninguna importancia. Hacen énfasis en el modo de vestir, conforme a lo que ellos entienden que la Biblia demanda, en el modo de expansión lícita, en los lugares a donde se debe o no asistir, al modo de llevar a cabo el culto, a los cánticos que se deben cantar en la congregación y, en fin, a todo cuanto no tiene verdadera importancia delante de Dios, pero que da un aspecto piadoso al que lo practica, mientras abandonan la parte más importante de la vida cristiana que es el amor a los hermanos. Mantienen tozudamente las tradiciones heredadas de los antiguos, pero no avanzan en el camino de la comunión. Son capaces de revolver cielo y tierra para hacer las cosas como siempre se hicieron, pero incapaces de guardar con solicitud la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:3)." (Pérez, 2011, p. 661). En otras palabras, la ceguera de los judíos es a causa de su celo (fanatismo religioso), porque en realidad nunca entendieron que la demanda de Dios era la comunión en amor.
Todo esto se ratifica en el versículo 3 donde dice: “3 No conociendo la justicia que proviene de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios”. Esta expresión confirma el hecho de que los judíos no entendían a Dios porque no tenían comunión con Él. Ellos nunca entendieron que Dios les escogió para darse a conocer al mundo, pero al igual que otros pueblos, creían tener un Dios exclusivamente para ellos. Se adueñaron de Dios e idealizaron la “manera correcta” de buscarle y serle fiel, y creían que sus obras los hacían merecedores de su favor. Nunca aceptaron otra manera de acercarse a Dios, y como Jesús retó todo su sistema religioso, no podían ver en Él la justicia de Dios. Wenham, Motyer, Carson y France (2003) nos arrojan un poco más de luz al respecto cuando exponen lo siguiente:
"En Romanos 10:1-4 Pablo explica con mayor detalle este “tropiezo” de los judíos en Jesús. Después de reafirmar su profundo anhelo por la salvación de sus hermanos y hermanas judíos (ver Romanos 9:1-3), Pablo destaca la falla de los judíos en no tener un conocimiento de los caminos y los propósitos de Dios que sea comparable a su indiscutible celo. Utilizando la imagen de la carrera vista en Romanos 9:30-33, Israel corría afanosamente, pero no se dirigía hacia la verdadera línea de llegada de la carrera. Esa línea de llegada es la justicia de Dios, y como en Romanos 1:17 y en 3:21-22, se refiere a la acción de Dios de colocar a las personas en una relación correcta con Él. Concentrados en la persecución de su propia justicia, la justicia que viene por obras (Romanos 9:32) y por la ley (Romanos 10:5), los judíos no se han sometido a, ni han querido aceptar en fe, la manera en que Dios relaciona a las personas con Él. La preocupación de los judíos por la ley es, una vez más, el problema subyacente, como lo implica Pablo en el v. 4; porque no han llegado a comprender que Cristo es en sí mismo la “culminación” de la Ley." (Wenham, Motyer, Carson, & France, 2003, p. 555)
El versículo 4, como bien menciona el comentarista, trabaja con el aspecto del cumplimiento de la ley en Cristo cuando dice: “4 De hecho, Cristo es el fin de la Ley, para que todo el que cree reciba la justicia”. Aquí el apóstol Pablo establece que la única finalidad de la Ley, era conducir a Israel a Cristo, la manifestación excelsa de la justicia de Dios, adjudicada por fe, y no por obras. “El fin de la Ley, puede significar la “meta” o “climax” al cual apunta la Ley” (Keener, 2003, p. 443). Kuss (1976) nos lo explica detalladamente al decir: "El camino de los judíos con la Ley podía parecer legítimo; pero ahora ha quedado patente que la fe es el fundamento exclusivo de la salvación. El hombre no puede hacer nada decisivo por sí solo; debe someterse a la acción de Dios, si es que quiere alcanzar su salvación. Cristo y solo Cristo, ése es el auténtico contenido de la predicación del apóstol. Ello incluye un supremo esfuerzo del hombre, aunque tal esfuerzo no pueda fundamentar la menor pretensión." (Kuss, 1976, p. 133)
En el versículo 5, Pablo cita a Moisés para dar énfasis al contraste de la justicia que viene por la fe, y las obras de Ley al decir: “5 Así describe Moisés la justicia que se basa en la ley: «Quien practique estas cosas vivirá por ellas.»”. Es decir, según la Ley de Moisés, para ser considerado justo delante de Dios y conservar la vida, hay que ser obediente a sus mandamientos. Pero cuando decidimos recibir a Jesús como Salvador, creyendo que por su sangre Dios nos considera justos, recibimos por gracia el don de la vida, que nos motiva a vivir sometidos a su voluntad. Barclay (1999) no pudo haberlo explicado mejor, al decir: "Los judíos estaban convencidos de que adquirían crédito con Dios mediante la obediencia a la Ley. Lo que mejor revela la actitud judía son las tres clases en que dividían la humanidad: Había personas que eran buenas, cuyo balance era positivo; había otros que eran malos, cuya vida arrojaba un balance de deuda, y había quienes estaban en medio, que serían buenos si hicieran una buena obra más. Todo era cuestión de ley y mérito. A esto contesta Pablo: «Cristo es el final de la Ley», lo que quiere decir que es el final del legalismo. La relación entre Dios y el hombre ya no es la que existe entre un acreedor y un deudor, entre un asalariado y un patrono o entre un juez y un acusado. Gracias a Jesucristo, el hombre ya no está en la posición de tener que satisfacer la justicia divina; sólo tiene que aceptar Su amor. Ya no tiene que merecer el favor de Dios, sino solamente tomar la Gracia y el amor y la misericordia que Dios le ofrece gratuitamente. Para demostrar su argumento Pablo cita dos pasajes del Antiguo Testamento. En primer lugar, Levítico 18:5, donde se dice que el que obedezca meticulosamente los mandamientos de Dios encontrará la vida. Es verdad, pero nadie ha podido." (Barclay, 1999, p. 64)
En los versículos 6 y 7, Pablo explica el contraste de la Ley al decir: “6 Pero la justicia que se basa en la fe afirma: «No digas en tu corazón: “¿Quién subirá al cielo?” (es decir, para hacer bajar a Cristo), 7 o “¿Quién bajará al abismo?”» (es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos).” En otras palabras, el creyente debe aceptar por fe lo que Dios ha hecho, confiando y esperando en sus promesas. Cualquier otra cosa que intentemos hacer, fuera de lo que Dios ha dicho, es en vano. El planteamiento de Barclay sobre el versículo 5 continúa hacia los versículos 6 y 7, explicando la afirmación de Pablo, y dice: "Luego cita Deuteronomio 30:12s. Dice Moisés que la Ley de Dios no es inasequible o imposible: está en la boca, en la mente y en el corazón del hombre. Pablo toma ese pasaje en sentido alegórico. No fue nuestro esfuerzo el que trajo al mundo a Cristo o Le resucitó. No es nuestro esfuerzo lo que nos reconcilia con Dios. Dios lo ha hecho por nosotros, y no tenemos más que aceptarlo y recibirlo." (Barclay, 1999, p. 64). Analizando este mismo pasaje, Stanley (2003) nos ofrece otra manera de explicarlo, al afirmar que “Cristo no necesita ahora descender del cielo para morir en la cruz. Él ya ha venido y muerto por nuestros pecados. Él no necesita ser resucitado de los muertos; ha sido resucitado ya. Todo está hecho: está consumado.” (Stanley, 2003, p. 98).
El planteamiento de Pablo continúa en los versículos 8 y 9 al decir: “8 ¿Qué afirma entonces? «La Palabra está cerca de ti; la tienes en la boca y en el corazón.» Esta es la palabra que predicamos: 9 que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.” Aquí, luego de reprochar los cuestionamientos legalistas e incrédulos, Pablo descifra la ilustración que hizo al citar el pasaje de Deuteronomio 30, ya en el versículo 14, donde hace constar que en Jesucristo se cumple ese precepto por la fe en Él, que es la Palabra de Dios encarnada. Carballosa (1994) enfatiza el aspecto de la fe al decir: "La expresión “creyeres en tu corazón” ser refiere a una fe genuina, no sólo a una comprensión intelectual sino a una aceptación plena. La resurrección de Cristo de los muertos es un acontecimiento histórico y fundamental para la salvación. La resurrección de Cristo habla de su santidad absoluta y del carácter perfecto de su obra salvadora. Porque Él vive, es capaz de dar vida a quien cree en Él. “Serás salvo”. La referencia es, sin duda, a la salvación espiritual. Obsérvese además que la salvación es algo personal: el individuo tiene que confesar que Jesús es Dios y creer que Él vive para salvar. Quien hace eso de manera personal, recibe personalmente el regalo de la salvación."(Carballosa, 1994, p. 211)
El versículo 10 es extensivo a la discusión que venimos desarrollando, pero básicamente es la tesis de la discusión, resumida de la siguiente forma: “10 Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.” Creer con el corazón, es una fe apasionada y de gran convicción de lo que Dios ha dicho, que no admite cuestionamientos, y te provoca confesarlo. En su análisis del griego, Pérez (2011) hace una explicación más exhaustiva del versículo, y nos ilustra de la siguiente manera: "Una doble cláusula conclusiva sustenta la oración. Por un lado está la fe ejercida con el corazón. De nuevo se enfatiza una fe de entrega y no de intelecto. El creer mentalmente que Jesús es el Señor y en su resurrección, no salva a nadie. Los mismos demonios creen eso pero no se salvan (Santiago 2:19). El apóstol afirma que “con el corazón se cree para justicia”, esto es, se cree para justicia porque mediante la fe que se entrega a la obra del Crucificado, recibe la justicia de Dios por la que como pecador es justificado, abandonando toda obra humana. Con el corazón se expresa aquí la contingencia de todo ser humano en materia de salvación. Expresa el carácter existencial del hombre que, con toda decisión depone lo que es, ser-ahí y ser-así, para aceptar el ser-ahí y ser-así de Dios. De otro modo, depone su yo, para aceptar como yo el Tú de Dios, que es Cristo. Al hacerlo así, alcanza la justicia de Dios en ese acto de fe que es entrega personal. La boca expresa el testimonio de haber sido salvo. Fe y confesión van siempre juntas (Lucas 12:8). La confesión de fe es testimonio natural de quien ha creído (1 Timoteo 6:12). El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, manifiesta la realidad del asentamiento de Dios en su corazón (1 Juan 4:15)." (Pérez, 2011, p. 675)
El versículo 11 es la base escritural que Pablo usa para validar el aspecto de la salvación por fe, como una promesa de Dios basada en Isaías 28:16, que dice: “11 Así dice la Escritura: «Todo el que confíe en Él no será jamás defraudado.»” El apóstol contextualiza la cita de Isaías con el propósito de Dios de salvar al mundo, no sólo a los judíos, sino también a los gentiles (Brown, 2002, p. 741).
En los versículos 12 y 13, Pablo enfatiza el hecho de que la salvación está disponible para todo el que busque a Dios y dice: “12 No hay diferencia entre judíos y gentiles, pues el mismo Señor es Señor de todos y bendice abundantemente a cuantos lo invocan, 13 porque «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.» Aquí el apóstol cita a Joel 2:23 para justificar la salvación de los gentiles (Wenham, Motyer, Carson, & France, 2003, p. 557). Con el fin de finalizar nuestro análisis de la porción de la Escritura que nos ocupa, comparto las expresiones de Barclay (1999) que resume muy bien lo que hemos tratado de explicar en estos últimos versículos, y dice así: "A un judío le resultaría difícil creer que el acceso a Dios no era por medio de la Ley; este camino de la confianza y la aceptación era algo revolucionario e increíblemente nuevo para él. Además, le resultaría sumamente difícil creer que el acceso a Dios estaba abierto a todo el mundo. Le parecía que los gentiles no podían estar en la misma posición que los judíos. Así es que Pablo concluye su argumento citando dos pasajes del Antiguo Testamento como última demostración. Cita en primer lugar Isaías 28:16: «Nadie que crea en Él será defraudado.» No se dice nada de la Ley; todo se basa en la fe. Y en segundo lugar cita Joel 2:32; «Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará.» No hay limitación aquí; la promesa es para todos; por tanto no hay diferencia entre judíos y gentiles. En esencia, este pasaje es una apelación a los judíos para que abandonen el camino del legalismo y acepten el de la Gracia. Es una apelación para que reconozcan que su celo está descarriado, y para que presten atención a los profetas que declararon hace mucho tiempo que la fe es el único camino de acceso a Dios, y que está abierto a todo el mundo." (Barclay, 1999, p. 65)
Hemos visto cómo el apóstol Pablo, de forma magistral, defiende los postulados teológicos de la fe cristiana, sin contender ni condenar peyorativamente a aquellos que están equivocados. Él identificó las debilidades de la religión judía y las usó de trampolín para enaltecer las virtudes y las fortalezas de la fe cristiana. Empleando el modelo del amor de Cristo, hace señalamientos que están fundamentados en el amor y la misericordia que caracteriza a aquellos que han sido transformados por el poder del amor de Dios. Sus expresiones no nacen de efímeros sentimientos racionales, sino del conocimiento de las Escrituras y de una experiencia de transformación integral de su carácter, al rendir su voluntad y decidir vivir como esclavo que trabaja para hacer cumplir el propósito de Dios. Es por eso que puede confrontar con autoridad a aquellos que insisten en trastornar los fundamentos de la fe cristiana, con planteamientos que no tienen una base bíblica que los sostenga, porque están basados en religiosidad.
La confrontación de Pablo es didáctica y exhaustiva, con el propósito de hacerse entender sin dejar lugar a dudas. Si hay alguien de entre los judíos que puede interpretar bien las Sagradas Escrituras, es Pablo, fariseo de pura sepa. Siendo judío, ha concluido de forma meridiana que los judíos andan perdidos en el espacio, puesto que embebidos en su religiosidad, nunca se dieron a la tarea de escudriñar las escrituras y entender los propósitos de Dios. Sólo estaban preocupados por cumplir con lo que habían aprendido, con el fin de disfrutar los beneficios de sus sacrificios. Ellos nunca entendieron ni aceptaron a su Mesías, quien vino para hacerles libres de la Ley, y cumplió todo lo que se había profetizado de Él. Sus costumbres y tradiciones eran más importantes que lo que Dios había dicho y esperaba de ellos. Por eso el apóstol reiteradamente citó porciones de sus escrituras sagradas, en su ejercicio de hacerles entender que el cumplimiento de todo lo que demandaba las obras de la Ley se cumplieron en Cristo, y ya no había que hacer nada más que recibirle y confesarle. Para nosotros los cristianos, debe quedar totalmente claro que el único camino a la salvación es Cristo Jesús.
La Iglesia Cristiana contemporánea tiene mucho que aprender del apóstol Pablo como modelo de Cristo. Al igual que los judíos, nos hemos adueñado de Dios y de la Iglesia. Hemos abandonado la Palabra de Dios para aferrarnos a nuestras costumbres y tradiciones, que en muchos casos son utilizadas para atormentar, señalar, condenar, criticar, alejar y señorear sobre los demás. Es más importante lo que proyectamos ante los demás que lo que realmente somos. Nos hemos convertido en fariseos hipócritas sin amor ni misericordia, afanados en la obra de Dios, sin contar con el Dios de la obra. Es hora de volver a Cristo, desechar los odres viejos para que Dios pueda insertar el vino nuevo que ha separado para este tiempo. Algunas de nuestras tradiciones actúan como piedra de tropiezo al cumplimiento del propósito de Dios.
Estamos empecinados con tal arrogancia en limitar a Dios y obligarlo a que se manifieste como nosotros queremos o entendemos que debe hacerlo, y si vemos que las cosas no ocurren tal cual, entonces lo ocurrido no es de Dios. Después no entendemos por qué las iglesias se vacían. Es que como queremos hacer todo a nuestra manera, pues Dios decide dejarnos hasta que nos demos cuenta que estamos solos, por las consecuencias de nuestras malas decisiones. Sólo así decidimos humillarnos y buscar su rostro. Esas consecuencias nos deben llevar al arrepentimiento y a la sumisión a su voluntad, para que podamos ser levantados de nuestra caída, abandonando todo lastre de religiosidad y convertirnos en adoradores que le busquen en espíritu y en verdad y decidamos ser esclavos como Pablo. Es hora de ponernos las pilas, enderezarnos y capacitarnos para que podamos ser instrumentos útiles en las manos de Dios.
Como en tiempos de Pablo, nuestro mayor reto será continuar ganando terreno con el evangelio de Cristo. Pero hoy más que nunca debemos estar listos para defender lo que creemos, no sólo con el conocimiento que podemos adquirir, sino con el testimonio que predicamos con nuestras acciones más que con palabras (los frutos del Espíritu). Es imposible que podamos convencer a la gente, ese trabajo lo hace el Espíritu Santo de Dios, en aquellos que deciden ser espejos limpios en los que la luz de Cristo pueda brillar sin obstáculos, sin manchas. Esto sólo se logra cuando hemos decidido negarnos a nosotros mismos y rendimos nuestra voluntad a Dios, muestra de que le amamos y creemos en sus promesas, y así dar testimonio de Cristo, por quien recibimos la adjudicación de justicia y la salvación. A semejanza de Pablo, como Iglesia, debemos cuidar de aquellos que Dios va añadiendo a su redil. Que confiesen a Jesús como su Salvador, es sólo el principio de la jornada. Nosotros debemos mostrarles el camino y ayudarlos a caminar para que crezcan y maduren en Dios, hasta que ellos también estén preparados para ayudar a otros. Pero todo esto es en vano sin la verdadera fe, aquella que nace del corazón.
Eduardo Figueroa Aponte