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jueves, 4 de junio de 2020

Como puertorriqueño, reconozco y entiendo por qué el racismo no figura como un problema social prominente en Puerto Rico ni forma parte del discurso popular, y es que pensamos que el racismo no tiene nada que ver con nosotros por nuestra naturaleza interracial o mestiza. Sin embargo, esta es una noción que no puede estar más lejos de nuestra realidad.  Hoy escribo para hacer un llamado a tu consciencia, y en repudio al asesinato de GEORGE FLOYD.  Es hora de que los puertorriqueños despertemos del letargo que nos mantiene ciegos, mudos y engañados con relación al racismo que existe en nuestra cultura, y que perpetúa la injusticia, el discrimen, la desigualdad, la marginación, la opresión y la deshumanización de algunos, y que también nos oprime a todos bajo el yugo colonial del imperialismo estadounidense. 


George Floyd, fue un hombre afroamericano del estado de Minnesota que perdió su vida el pasado 25 de mayo a manos de los hijos de la supremacía blanca manifiesta en la brutalidad policiaca, y el motivo de las protestas que hoy cubren las ciudades de los Estados Unidos.  El detestable y lamentable asesinato de Floyd es el resultado del racismo institucionalizado que existe en los Estados Unidos desde sus comienzos como nación hace cuatrocientos años, que sirvió de fundamento a la supremacía blanca para erradicar a la población indígena americana y para esclavizar a los africanos, y que continúa vigente dentro de todas las estructuras que gobiernan y dirigen al país desde sus posiciones de poder, y que en estos días de crisis se ha manifestado con todo su esplendor en las decisiones tomadas desde la Casa Blanca.

No obstante, el asesinato de Floyd es sólo una gota más que se añade a la ya desbordada copa de la indignación por cuatrocientos años de esclavitud, colonización, asesinatos, injusticias, discrimen, desigualdad, marginación, opresión y deshumanización de todo aquel que no cumple con la viciada creación de estándares que formaron el mito de la supremacía blanca.  Por ejemplo, Álamo Pastrana afirma que “históricamente los Estados Unidos ha abordado la diferencia racial puertorriqueña como una formación social no normativa que necesita disciplina colonial.”[1]  Esto se refleja en cómo el Presidente actual sólo enfatiza la ley y el orden (mientras la quebranta) apelando a sus raíces de supremacía blanca y a todos sus simpatizantes (muchos de ellos evangélicos conservadores), ignorando el reclamo de las masas que están constituidas por toda clase de razas y trasfondos culturales que son la realidad de la sociedad norteamericana de hoy, y sus protestas no forman parte de la tradición “normativa patriarcal blanca” y “necesitan disciplina colonial.”[2]  Por eso, el Presidente no tiene ningún problema en utilizar el poder militar para someter a sus propios ciudadanos, aunque esto sea inconstitucional, porque no le interesa atender las crisis y los reclamos que obstruyen su campaña electoral.  Para colmo, atacó injustamente a manifestantes pasivos con fuerza militar y gas pimienta en los predios de la Casa Blanca para abrirse paso, y tuvo la desfachatez de sostener una Biblia en sus manos como quien hace alarde de la ya vergonzosa historia de su país, que manipuló las Escrituras viciosamente para justificar la conquista del continente americano, la colonización, la esclavitud y el mito de la supremacía blanca.  Si así ha respondido el primer ejecutivo a la crisis que vive su propia nación, ¿cuál crees que es su respuesta a las crisis que vive el pueblo puertorriqueño y a sus reclamos? 

Lo que está pasando en los Estados Unidos tras el asesinato de Floyd, es similar a lo que pasó en Puerto Rico en el verano del 2019, cuando nuestro gobierno se burló de nuestro sufrimiento y nuestro dolor, y el pueblo se adueñó de las calles hasta que el gobernador renunció.  Este evento es la más clara y reciente demostración del racismo institucionalizado que ha sido alimentado por la supremacía blanca que domina las instituciones de poder en los Estados Unidos y en Puerto Rico.  Ahora bien, en ninguna de las manifestaciones se justifica la violencia que usurpa la legitimidad y el propósito de la lucha contra la injusticia, pero es inevitable que algunos pierdan la cabeza, y que aparezcan intrusos que aprovechan cada ocasión para llevar acabo sus maquinaciones y agendas.  La supremacía blanca también ha asesinado a los nuestros cada vez que nos han negado la igualdad de derechos y oportunidades que merecemos como ciudadanos estadounidenses, y nuestra gente ha muerto por la falta de urgencia para atender nuestras emergencias nacionales con la falta de movilización de recursos como pasó en el huracán María, por ejemplo.  También ha asesinado a muchos la falta de recursos y sistemas que ayuden a mitigar los problemas de salud pública de los puertorriqueños en la Isla.  Además de las prácticas navales de la marina de los Estados Unidos en la isla de Vieques, que contaminaron nuestro medio ambiente, asesinando y enfermando de cáncer a muchos de los nuestros.  Otros han sido asesinados por la otorgación de permisos de construcción de proyectos que enriquecen a algunos, pero ponen en peligro la vida de muchos de los nuestros porque viven en zonas inhóspitas o donde no se debieron construir viviendas, y han sido víctimas de los desastres naturales o de el reclamo de la madre naturaleza.

Según Álamo Pastrana, “la relación colonial entre Puerto Rico y Estados Unidos une las ideologías nacionalistas, las poblaciones diversas y las culturas heterogéneas.”[3]  Sin embargo, Álamo Pastrana también señala que los estudiosos sobre raza en la Isla insisten en que el racismo en Puerto Rico y en los Estados Unidos es distinto, con la intención de minimizar el racismo puertorriqueño y enfatizar el racismo estadounidense, distorsionando así la relación íntima que existe entre los regímenes raciales de la Isla y la Nación Norteamericana.[4]  “Esta comparación desvía dos aspectos centrales de la relación entre raza e imperio en Puerto Rico; la producción de la diferencia racial y el mito de la democracia racial,” añade Álamo Pastrana.[5]  Este factor es importante porque “las élites puertorriqueñas han sido las mayores promotoras de la “democracia racial” impregnando todas las relaciones raciales y la vida popular de los puertorriqueños.”[6]  A finales de la primera década del siglo XX, los intelectuales puertorriqueños impulsaron la idea de un “inclusivismo racial” que contrastaba con el racismo aberrante de los estadounidenses, de lo cual José Celso Barbosa, el político negro más reverente de la Isla, escribió que “el racismo nunca había existido ni existiría en Puerto Rico,” con la intención de avergonzar a la nación más democrática del mundo, según Álamo Pastrana.[7]  Esta retórica de negación a la existencia del racismo en Puerto Rico ha regulado y silenciado la heterogeneidad interna de nuestra variedad demográfica y ha reducido el entendimiento de la negrura y todo su legado cultural en los puertorriqueños.[8]  Hemos vivido engañados por una falsa noción de un estatus social que ha servido de plataforma al imperialismo estadounidense para perpetuar su opresión colonial sobre la Isla.  Álamo Pastrana afirma que “la producción de regímenes raciales entre Puerto Rico y Estados Unidos terminó poniendo en el centro a la blancura y la supremacía blanca en ambos contextos nacionales.”[9] Es decir, que nuestro empeño por distinguir nuestra diversidad racial para “distanciarnos del racismo norteamericano, se convirtió en nuestra propia versión de racismo y de supremacía blanca, que según Godreau, “la negrura en Puerto Rico es imaginada sólo como un factor pre-moderno compartido por algunos ‘alegres y rítmicos portadores de las tradiciones negras que todavía habitan en homogéneas y armoniosas comunidades;’ por lo tanto la negrura es limitada a cierta gente mientras que sus manifestaciones contemporáneas y heterogéneas son oscurecidas.”[10]  

Este breve resumen histórico de racismo en Puerto Rico puede iluminar la razón por la cual los puertorriqueños vivimos “enajenados” de este virus racial que destruye la dignidad de muchos de nuestros compatriotas y nos hace cómplices de la injusticia, el discrimen, la desigualdad, la marginación, la opresión y la deshumanización que hemos heredado de la supremacía blanca.  Por un lado, como sociedad multirracial afectada por el colonialismo y la supremacía blanca, hacemos todo lo posible por encajar dentro de los estándares de la blancura que “nos acerca a la similitud y aceptación entre los anglosajones,” queremos ser rubios, de ojos claros, pelo liso, y llevar vidas de abundancia económica que nos llevan a deudas impagables.  Esto es producto de una consciencia colonizada y una identidad trastornada e influenciada por la supremacía blanca, que busca el detrimento de nuestra naturaleza racial y nos hace creer que somos menos.  Por otro lado, hemos normalizado tanto el racismo que hoy se manifiesta en el argot popular de forma sarcástica, chistosa, irónica, en sobre nombres, comparaciones, críticas, etc., y generalmente se expresa sin intensiones de ofender, pero en realidad es sumamente ofensivo y peyorativo, y no importa cómo se manifieste, se llama racismo y debe ser erradicado en todas sus formas y de todos los estratos sociales, incluyendo la Iglesia (con todos sus apellidos).  Vivimos en una constante contradicción que a provocado la desmoralización de nuestra sociedad.  Debemos reconocer que hemos sido víctimas y a la vez perpetradores del racismo, aunque en la Isla no sea tan evidente socialmente, pero nuestra relación imperio/colonia con los Estados Unidos es evidencia suficiente.

Los que hemos tenido la oportunidad de vivir en el continente norteamericano experimentamos la gran diferencia de ser ciudadanos dentro del continente, y ciudadanos a la distancia en nuestra Isla.  Vivir en el continente nos obliga a la asimilación del idioma y la cultura estadounidense, y esto nos facilita el disfrute de la igualdad de derechos y oportunidades que disfrutan los ciudadanos continentales, pero nos hace vivir prácticamente aislados de nuestras familias y amigos y toda la cultura que nos formó, lo cual es un gran sacrificio.  Por otro lado, los derechos y oportunidades de los que viven en la Isla nunca son iguales porque somos considerados ciudadanos de tercera categoría, especialmente porque no estamos dispuestos a asimilar el idioma ni la cultura estadounidense, lo cual representa un obstáculo para que el gobierno de los Estados Unidos atienda al reclamo de todos los puertorriqueños que sueñan con que la Isla se convierta en el estado cincuenta y uno de la nación norteamericana.  Este problema se llama racismo, y ha afectado a nuestra cultura a través de la colonización de nuestras consciencias por medio del trastorno de nuestra identidad como pueblo. 

La dignidad en los seres humanos es una cualidad implícita de haber sido “creados a imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1:27).  Nuestra semejanza y adopción como hijos de Dios por medio del sacrificio de Jesucristo, nos hace responsables de reconocer y proteger esa dignidad humana por medio del mandamiento de “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos” (Levítico 19:18; Mateo 19:19, 22:39; Marcos 12:31; Lucas 10:27; Romanos 13:9; Gálatas 5:14; Santiago 2:8).  Jesucristo “…es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es...” (Hebreos 1:3 NVI), y así nosotros “reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, y somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.” (2 Corintios 3:18 NVI).  Este es el propósito de la creación humana, que “todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo.” (Efesios 4:13 NVI) y así vivamos para siempre unidos al Padre.  Como seguidores de Jesucristo, la Iglesia (con todos sus apellidos) tiene la responsabilidad de reconocer y proteger la dignidad humana porque ha sido creada con propósito santo, y debe continuar su obra de “anunciar buenas nuevas a los pobres, proclamar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos, y pregonar el año del favor del Señor (Isaías 61:1-2; Lucas 4:18-19).  Cuando la Iglesia no atiende los problemas de injusticia, discrimen, desigualdad, marginación, opresión y deshumanización, peca por omisión, especialmente cuando se aferra a su tradición eclesiástica y pierde el discernimiento del Espíritu para continuar las obras de Jesucristo (Mateo 5:20; 23:23).  A mi amada comunidad de la fe cristiana:  la institucionalización del Iglesia (con todos sus apellidos) a servido de hogar a la supremacía blanca en muchas maneras opresivas, aunque esto fue exactamente lo que Jesucristo les recriminó a los líderes religiosos de su pueblo (fariseos y escribas,) que hicieron de sus leyes un ídolo opresivo.  Es hora de que las instituciones eclesiásticas revisen sus tradiciones, y las sujeten al mover del Espíritu que dirige y continúa las obras de Jesucristo en la tierra. 

Los puertorriqueños tenemos que aceptar, valorar y respetar nuestra verdadera identidad como pueblo, reconocer nuestras virtudes y defectos, trabajar con nuestra realidad para un mejor porvenir para todos, y evitar cometer los mismos errores que nos han conducido al estatus en el que nos encontramos hoy.  Termino esta reflexión citando al alcalde de la ciudad de Boston, Marty Walsh, que decía esta mañana: “Ver el asesinato de George Floyd es doloroso, no es tiempo para opinar, criticar, es tiempo de escuchar, reflexionar y tratar de entender el dolor de nuestra gente negra. No podemos pasar la página como hemos hecho hasta ahora con muchas de nuestras crisis, tenemos que escuchar y actuar en pos de los cambios necesarios,” y yo añado, en pos de la justicia. Que la trágica e injusta muerte de George Floyd sirva de testimonio contra nuestra omisión, abra nuestros ojos, y nos mueva a trabajar en contra del racismo y en pos de la justicia. 


[1] Carlos Alamo-Pastrana, Seams of Empire: Race and Radicalism in Puerto Rico and the United States (Gainesville: University Press of Florida, 2016), 6.
[2] Ibíd., 6.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd., 6.
[6] Ibíd., 7.
[7] Ibíd., 7-8.
[8] Ibíd., 9.
[9] Ibíd., 5.
[10]  Isar Godreau, Scripts of Blackness: Race, Cultural Nationalism, and Colonialism in Puerto Rico, Urbana: University of Illinois Press, 2015, 172.

Eduardo Figueroa Aponte

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